“Yo soy la flor zamorana, teñida de
primavera que despuntó en la ribera, de la campiña lojana, con mi primor
se engalana, el regio manto del día porque soy la gallardía, de las
épicas hazañas que vieron estas montañas, de la inmensa serranía…”, dice una parte del pasacalle escrito por Mons. Alberto Zambrano Palacios y cuya música corresponde a uno de los más connotados arreglistas lojanos, Don Marco Antonio Ochoa Muñoz.
Llega agosto y con él el verano a Loja y los arupos empiezan a florecer. Hace mucho tiempo que quería compartir
esta historia nuestra sobre un árbol tan llamativo y tan propio de la
vida de mi ciudad: el arupo rosado (Chionanthus pubescens Kunth). Y a veces también en color blanco.
Es curioso e increíble cultivar el arupo
rosado, un árbol no indicado para impacientes ni “alcanfores”. Se
prepara la tierra, se siembran las semillas, se las cuida y, durante
mucho tiempo, no sucede nada. Se sigue regando, protegiendo de las
plagas, abonando y quitando las malas yerbas. Pasa lento un tiempo más… y
tampoco se ve nada. Entre agua, abono, cuidado constante y, sobre todo,
mucha, muchísima paciencia pasará más tiempo. ¡Hasta que por fin!
empiezan a salir fuera del surco unos pequeños brotes de lo que será
¡una magnificencia color rosa, nacida de la tierra! Ha llegado el día en
que la semilla despierta de su letargo y empieza a cantar “en la ribera, de la campiña lojana” con voz de mirlos, chilalos, chirocas y gorriones exhibiendo su esplendorosa belleza.
En este largo tiempo de espera y de
supuesta falta de actividad, el arupo estaba formando debajo de la
tierra y, muy calladamente, sus raíces, sus tallos, que le van a
permitir sostener el crecimiento de un árbol de seis a ocho metros de
altura. Un paraíso de color rosa con resplandores violeta, que será nido
de colibríes, de pájaros cantores, de emplumados pájaros de colores…
Es una historia cautivante ¿verdad? De
la que siempre he creído que es una hermosa metáfora que está bajo el
signo de la perseverancia y la paciencia.
Cuántas veces nos ha pasado como a la
semilla del arupo rosado que los días de nuestra espera se vuelven meses
y años y nos desesperamos creyendo que nada está sucediendo en nuestra
vida.
Si estamos seguros que vale la pena
luchar por ese sueño nuestro, tan soñado y acariciado, hemos de
aprender a ser pacientes, perseverantes para no abandonarlo, para no
desanimarnos por no ver enseguida resultados, ¡No olvidemos que algo
magnifico siempre estará sucediendo en lo más íntimo de nuestro ser!
Estamos creciendo, madurando y preparándonos, a veces
imperceptiblemente, tan suave, que ni nosotros nos enteramos. ¿Será,
tal vez, porque ese sueño está echando raíces?
Para que un sueño se cumpla lleva
tiempo, dedicación, exige aprender y aprender más cada día, aprender y
estar dispuestos a arriesgar por algo que tenemos sembrado en el
corazón, y es por eso que seguimos adelante sin que importen los
obstáculos, sin dejar que mueran, sin abandonar el surco donde
sembramos, sin dejar que la vida pase como tarde de domingo, sin
pedirnos cosas importantes y exigiéndonos apenas nada.
Cuando empiezan a salir del surco los primeros brotes…renace la fuerza para continuar ese sueño hasta ahora lejano.
¡Adelante!, el empeño que ponemos será
la diferencia para que los simples deseos se transformen en sueños
realizados como en agosto el milagro del arupo rosado florecido.
Texto utilizado y adaptado del cuento escrito por Zoila Isabel Loyola Román bajo el título: La Historia del Arupo Rosado.
qué bonito relato, y más interesante la reflexión, muy importante sobre todo para nuestra idiosincracia renegona, impaciente, inconstante.
ReplyDeleteEl título habla de los arupos blancos, los hay en Loja??